Rockuerdos

Crónicas de un fan del rock

sábado, abril 24, 2010

DEL BLOG AL BLOCK - MI LIBRO "ROCKUERDOS"


Y se hizo realidad mi sueño... el próximo sábado 08 de Mayo a las 20:30 hs., presento mi ansiado y amado libro de la buena memoria. Será en la Biblioteca Pública General San Martín, de la ciudad de Mendoza.
Fue un arduo trabajo hecho con todo el amor que tienen las cosas artesanales.
Es mi modesto legado y mi eterna declaración de pertenencia a esta música maravillosa.
Parece mentira, pasaron cuatro años del primer post y acá está la realización de mi primer libro, que espero no sea el único.

El contenido es básicamente lo que está en el blog, incluidas las imágenes a todo color reproducidas en papel ilustración, y entre otras cosas, contiene mis doscientas canciones preferidas, cien nacionales y cien internacionales.
La edición quedó muy prolija, tenerla en las manos y sentir el celofán que lo envuelve remite a cuando teníamos un long play recién comprado y lo que más ansiábamos era llegar a casa y quitárselo, como desnudar a la primera novia.

Pretendo que la lectura de este libro produzca la misma sensación que tenía llegar a casa desde el colegio, sacarse la corbata, poner algún disco en el equipo y tirarse en la cama a soñar despierto sintiendo que en la tierra no había un lugar más placentero.

Hugo Gonza
24/04/2010

jueves, septiembre 18, 2008

21



Los años sesenta fueron un gran momento para la juventud del mundo porque abarcaron un abanico de acontecimientos donde todas las artes vivieron una explosión creativa única que aun hoy nos sigue deslumbrando.
El punto neurálgico en Argentina, fue un centro de arte vanguardista llamado Instituto Di Tella.
Muy cerca de ahí pero muchos años después, en el invierno del ‘89 participé del concurso por el 25º Aniversario de la Escuela Panamericana de Arte donde parte del jurado y algunos participantes provenían de aquellos años locos.
Este concurso nacional consistía en usar la imagen de la famosísima Gioconda de Leonardo y recrearla libremente con cualquier técnica y soporte, incluso video e instalaciones.
Una tarde, sorpresivamente llegó un sobre a casa con la invitación a la muestra.
¡Mi propuesta había salido elegida para la exposición!
Ni sospechaba a quien estaba a punto de conocer.

Ese invierno era todo hielo en la ciudad de Buenos Aires, pero más helado quedé yo cuando la vi entrar al salón principal del Centro Cultural Recoleta.
La exposición se inauguraba a las 19 hs. pero como yo tenía tiempo de sobra, llegué una hora antes… y ella también. Estábamos los dos solos en una habitación gigante y silenciosa. Era una oportunidad única, así que decidido me acerqué y le dije: “Hola Marta”, “¿Que tal?”-respondió- Le pregunté si había presentado alguna propuesta y me dijo que no tuvo tiempo. Había venido a ver los trabajos de algunos amigos, entre ellos Rogelio Polesello, un coetáneo de sus días del Di Tella, quien tuvo que conformarse con el segundo puesto.
La acompañé a recorrer la muestra y me pareció muy encantadora aunque impiadosa con algunas de las obras expuestas. Decía cosas como: “¡Esto es espantoso!” “¡Mirá este, no lo puedo creer!”. A mí ya no me dieron ganas de enseñarle mi propuesta, pero me dijo que no me hiciera problemas, así que la llevé frente al cuadro. Ahí me dijo una gran mentira: “¡Está bueno!”

A propósito de este concurso, un par de años después vino a Mendoza a dar una charla un genio del dibujo, Carlos Nine. Al finalizar la conferencia y mientras firmaba autógrafos le lancé: “Carlos, yo competí con vos en un concurso”, “No me digas, ¿Cuál?” -respondió- y le conté que en el concurso de la Escuela Panamericana de Arte. Me dijo que por culpa de ese concurso, hacía bastante tiempo que Rogelio no le hablaba, “pensó que su trabajo mereció ganar el primer premio…”
La obra de Nine, que se alzó con el triunfo y con 5.000 dólares, mostraba un bar portuario, donde en una mesa, cual cambalache en technicolor se veía a Van Gogh de copas con Patoruzú. Más atrás a Mickey y Popeye entre tantos otros y apoyada sobre la barra, la Gioconda mostraba sus piernas y con indiferencia observaba la escena.

Aquella noche que conocí a Marta Minujín, hablamos de Andy Warhol y de cuando llevó a Almendra al Di Tella.
Se fue tan rápido como vino, su cabellera como una cortina dorada dejó un perfume desconocido, pero eterno…
Ahora pienso que en el collage de personajes que hizo Nine, no hubiera desentonado el payaso de la portada del disco de Almendra.
Este hombre triste que desde 1969 nos sigue colmando de alegría.

miércoles, julio 16, 2008

20


Estaba de vacaciones en Salta cuando salté de la silla al escuchar “Amor Descartable” por primera vez y pensé: “ahora si, se van derecho al estrellato”.
Ya lo había profetizado Charly en uno de los tantos recitales de Serú Girán que fui a ver: “Escuchen Virus loco”, nos dijo una noche empujándonos a nuevos tiempos de diversión.
Estos seis locos asaltaron al rock con una imagen muy personal y distinta a todo lo que veíamos y oíamos en ese momento, su música estaba muy ligada al look cuidado pero desfachatado que completaban sus letras y poses políticamente incorrectas.

Virus llegó a mi vida cuando comenzaba a decidir cual sería mi futura profesión y se convirtieron en estrellas cuando cursaba mis primeros años en la facultad.
Por eso mis mejores recuerdos de fiestas interminables y amores fugaces fueron inseparables de sus temas. Cómo no recordar aquellas vacaciones en Cosquín a principios del ‘86, cuando “Pronta Entrega”, especialmente la parte que dice: “la distancia va perdiendo su espesor” hacía estragos en mi corazón herido por una compañera de curso. El disco “Locura” era mi preferido en aquel momento y debo decir que no tengo “Nada Personal” contra Soda Stereo.

Federico Moura resplandecía en la banda con sus movimientos sensuales, su serena ambigüedad y con una de las voces más perfectas de nuestro rock.
Tuve el privilegio de conocerlo una templada noche en el patio de El Cortijo donde se celebraba una fiesta. El grupo venía de presentar “Virus Vivo” en el estadio abierto de Andes Talleres, cita que por nada del mundo me perdí.
Muy entrada la noche Federico asomó por detrás de mí junto a su hermano Julio. Lo saludé y luego de darle la mano sostuve un breve diálogo con él:
- ¿Querés?
- ¿Qué es?
- Jugo de naranja
- Bueno, dame…
Con un sorbo pequeño bebió de mi vaso, me lo devolvió con aplacada amabilidad, se fue y ya no lo volví a ver.
Hacía poco que el cometa Halley del que hablaba la canción, había dejado ver su brillante cola hasta la próxima vez que será en el 2060.
El que también trajo cola fue el disco “Superficies de Placer”, sobre todo su tapa, además por ese verso picante del tema Mirada Speed: “Me balanceo hasta acabar…”
¡Son tantos los recuerdos que atesoro! Tengo celosamente guardada la contratapa completa del diario Página/12 con su obituario.

Hace unos meses ví lo que queda de Virus en un recital al aire libre en el Parque Central. Esa calurosa noche que fue coronada por fuegos artificiales me hizo acordar con melancolía aquella vez que conocí a este artista perfecto, hermoso, veloz, luminoso, que desde el cielo sigue esparciendo sus polvos estelares para siempre… Como un cometa.

martes, junio 17, 2008

19


He aquí el primer grupo del que me hice fan y compré mi primer disco, un álbum en vivo con todos sus éxitos hasta ese momento. 1977 fue un año de grandes cambios para mí, porque además empezaba el colegio secundario y por un hecho exquisito que me hizo dejar la niñez para siempre.

Las primeras noticias de los Bee Gees me vinieron en blanco y negro desde el televisor. En 1976, todos los martes a las 20 hs. pasaban un programa que se llamaba The Midnight Special y yo no me lo perdía nunca, principalmente porque me habían encantado las voces y las melodías del trío que recién estaba descubriendo. Temas como “Nights on Broadway”, “Holiday”, “I Can’t See Nobody”, “I Started a Joke”… y tantos otros me produjeron lo mismo que a muchos adolescentes de los sesentas, los Beatles.
Para mí se convirtió en un clásico enfrentarme con un compañero del colegio que era fanático de los Fab Four. Discutíamos acaloradamente acerca de cuáles eran las mejores melodías y todo eso… Fue lamentable que por esta causa yo haya negado a los Beatles por tanto tiempo.
Recuerdo cómo me gozó cuando fuimos juntos al estreno del Sargento Pepper al cine América. Esta película protagonizada por los más exitosos grupos y solistas del momento hizo que aplacara mi orgullo y que estoicamente aceptara que los Bee Gees interpretaran temas de los Beatles.

La historia con la película Melody comienza un poco antes para mí, en casa de mi abuelo, cuando una tarde curioseando el combinado de mi tío mayor descubrí un simple con la foto de dos niños en la portada, pero lo que más me llamó la atención fue el nombre del grupo: The Bee Gees. La tentación fue demasiada y sucumbí escondiéndome el disco entre la ropa y llevándomelo a casa. Esos cuatro temas fueron lo más bello que escuchaba al llegar del colegio cuando, encerrado en mi cuarto ponía el disco y me tapaba completamente con la frazada. Tiempo después pasé frente al cine Lavalle y un afiche anunciaba el reestreno de esta película que hasta el día de hoy considero la más bella de todas. Debe ser porque la vi en ese momento justo en que la niñez le da paso a la adolescencia…
Lo que más me conmovió fue cuando aparece la protagonista y comienza a sonar “Melody Fair”, en ese momento mi vida cambió para siempre. Me enamoré completamente de ella, me enamoré de Londres y jamás un cementerio me pareció tan encantador como en esta maravillosa película. ¿Quién no soñó con protagonizar una historia de amor como esa?
Otro tema de la banda sonora llamado “Da lo mejor” me hizo acordar a un amigo al que le presté el simple de Melody y nunca me lo devolvió porque lo dejó en la luneta del auto y el sol lo destruyó. Como el de Maurice, el espíritu de este amigo también partió y ahora lo evoco con mucha emoción porque él me prestó aquella vez “El Jardín de los Presentes”, un presente por el que le voy a estar eternamente agradecido, igual que a Melody, por aparecer justo en la primavera de mis trece años… En la mañana de mi vida.




lunes, mayo 19, 2008

18


A poco de la salida del álbum “The Wall” yo hice mi primera pared, mucho más chica en el taller del Pablo Nogués. El maestro de construcción nos dio algunas directivas y allá fuimos enfundados en nuestros mamelucos, armando ladrillo a ladrillo nuestra pequeña pared en el patio del colegio.
Al día siguiente volvimos y con asombro e indignación vimos que alguien las había derribado a todas. Este hecho recién cobraría sentido para mí un par de años después…

El día del estreno de la película en el City, estaba muy contento porque además estrenaba mi mayoría de edad en el cine, ya no le iba a tener que pedir el documento a mi hermano para poder ver las películas prohibidas para menores de 18.
Recuerdo como si fuese ayer a esas dos chicas sentadas delante de mí, sonriendo e intercambiando miradas traviesas durante la escena de las flores que copulaban y se convertían en una pareja de amantes. Lo más escalofriante para mi fueron las imágenes premonitorias de la guerra, con los soldaditos retorciéndose de dolor y de miedo.
Igual de atroz fue enterarme en el colegio y por radio el número que me tocó en el sorteo para el servicio militar. Fue decepcionante saber que no me salvaba de la colimba… y encima me tocó marina.
Estaba condenado a ir a la inminente Guerra de las Malvinas, aunque en secreto guardaba un as en la botamanga.

El día de la revisación médica yo estaba serenamente confiado, era una fresca mañana en la que por primera vez hacía una cola inmensa con jóvenes como yo pero no para entrar a un recital, sino -según mi imaginación- a una gran picadora de carne.
Al final del recorrido tenía todo en orden, estaba apto y en un momento comencé a dudar. Ese consultorio era mi última oportunidad para salvarme y aún nadie se daba cuenta, hasta que a punto de salir, un médico detrás mío dijo las palabras que más quería escuchar: “Acá hay un pie plano ¿cómo no se dieron cuenta?”
No iba a soportar ir a esa guerra absurda y además tener que enfrentarme a pibes ingleses que seguramente tenían mis mismos ídolos musicales. Bueno, después supimos que eran soldados profesionales de dudosa procedencia y rudos procederes.

Cierta vez a Sledge Hammer -aquel violento y entrañable policía de la tele- le preguntaron cuál era su libro preferido y él contestó: “La Guerra y la Paz, sobre todo la primera parte”. Lo mismo pensarían Waters y Gilmour, quienes estuvieron en guerra por más de 20 años. Ahora por fin hicieron definitivamente las paces y confirmaron la reunión de Pink Floyd sólo para recitales benéficos.
Mientras sueño que vengan a esta parte del planeta, me quedo con el recuerdo de la celebración por los 20 años de The Wall en el Cine Universidad con el grupo Eclipse. La noche del 3 de diciembre del 99 tuve el honor de dirigir la puesta en escena de esa súper producción custodiada por dos pares de inmensos martillos cruzados en lo alto. El siglo veinte se terminaba y lo celebramos con aquel álbum bello y perturbador. Íntimo y ruidoso. Sombrío y luminoso.
Todo cabe en esos dos discos… La guerra y la paz.

lunes, mayo 07, 2007

17


Nací en el ‘63, con Illia a la cabeza, seguramente esa tarde hacía mucho calor, fue a las 16:15 de un 5 de diciembre, frente al mar de Comodoro Rivadavia y bajo el signo de Sagitario. Nunca más acertada la banda sonora del alumbramiento: mientras alguna mano médica me traía a la vida, muy lejos en la fría Inglaterra “I Want to Hold your Hand” de los Beatles era el tema número 1 en los charts.
Me enorgullece haber nacido en la misma década que surgió el rock que más me gusta y que luego explotaría en los fabulosos 70’s…

Mi primer recuerdo de un tema de rock lo puedo rastrear aproximadamente a mis cinco años, de aquella época me viene a la memoria cuando ya estaba en Mendoza, y de madrugada me llevaban con mi vieja al hospital. Estábamos un poco retrasados así que mi tío manejaba a toda velocidad bajo una lluvia torrencial, yo iba asustado por las maniobras bruscas de la pick up verde sumadas al golpe del agua en el parabrisas, además del miedo porque iban a operarme. Nada me consolaba, ni siquiera que después iba a estar un día entero tomando helado para festejar mi operación de amígdalas. El tema era “Viento Dile a la Lluvia” de Los Gatos, me ponía muy triste la letra y la melodía que junto a ese órgano tan melancólico estoy seguro, forjaron en mí cierta nostalgia que aún conservo.

Otro hito fue cuando un día de 1976 mi viejo compró nuestro primer Winco más algunos LPs. El que me flechó de inmediato -no solo por su nombre- fue un disco doble que se llamaba Flecha Juventud, un lado de este álbum tenía solo temas de rock nacional: entre otros estaban “Plegaria para un Niño Dormido” de Almendra, “Deja que Conozca el Mundo de Hoy” de Litto Nebbia y para mí la obra cumbre de la psicodelia argentina: “La Princesa Dorada” de Tanguito, quien firmó con el nombre de Ramses VII.
Siguiendo con los años dorados, recuerdo a la vecinita que vivía al lado de la casa de mis abuelos, era un par de años mayor que yo, rubia y de ojos claros… Susanita, tan bonita… la celebramos con mi hermano cuando mi vieja nos preguntó qué nombre le queríamos poner a nuestra hermana recién nacida: Susana. Obvio.

Trazaría una gran parábola desde mi nacimiento que podría seguir la dirección de una flecha arrojada al espacio, atravesando todos mis momentos importantes hasta llegar a la actualidad, otra tarde calurosa de diciembre y asistiendo a una charla por los festejos de los 40 años del Rock Nacional… sacándome una foto con él, quien luego firmó mi diploma y diciéndome a propósito de “La Princesa Dorada”:
- Esa letra es mía, se la escribí a una novia que tuve, que además fue novia de Tango…
El “cuevero” Pipo Lernourd, sonrió y me dijo que también escribió la letra de un tema que viene justo como remate para este tiempo pasado que parece que fue… “Ayer Nomás”.

jueves, marzo 01, 2007

16


¡Uy qué temazo, mi papá lo tocaba en la guitarra igual! dijo ella mientras apoyaba su mano en mi pierna. La pasé a buscar en el auto y yo venía escuchando un casete para ese tipo de ocasiones y cuando subió comenzó a sonar “Samba pa Ti”, seguramente el tema más cachondo de los ’70 y el que sin dudas amenizaba todos los telos y boliches de aquellas épocas. Me acordé cuando mi viejo me contó que en el año 1973 Santana vino a la Argentina y tocó en la cancha de San Lorenzo. La vigencia de los clásicos hizo que si bien ya estábamos inaugurando el siglo veintiuno el tema sonara tan actual y con la magia intacta de siempre. La primera cita pintaba muy bien y terminó mejor en el parque, en una noche fría donde muy abrazados le pusimos calidez a ese gran momento de vidrios empañados.
Pasada mi adolescencia comencé a grabar casetes con temas lentos de rock, necesitaba un aliado que me facilite el acercamiento a las chicas. Me acuerdo que el primero que tuve incluía a “Imagine” de Lennon, “Tears” de Rush, “Voices” de Cheap Trick, “Beth” de Kiss, “Jealousy” de Queen… eran temas que no rotaban por las radios y yo pensaba que era un desperdicio que la mayoría de la gente no los apreciara, pero después llegué a la conclusión de que es mejor así, mi gran amor que siempre fue la música no era para compartir con gente que escuchaba sólo lo que le imponían.
Recuerdo a “Soon” del Relayer de Yes, cómo me ayudó a acercarme a una chica maravillosa que gustó tanto del tema que lo grabé y se lo regalé. En alguno de nuestros encuentros lo bailaba desnuda con movimientos de danza clásica y los ojos cerrados, extasiada, como si estuviera frente a las puertas del delirio.
Hace poco en mi última mudanza encontré un casete con otra recopilación de viejos temas que grabé y me acordé de un momento, de un lugar y por supuesto, de una mujer. Ese invierno del 2002 tenía una cita, era una noche de sábado muy especial porque estábamos en pleno Mundial de Japón-Corea y a la madrugada jugaba Argentina con Nigeria. Alquilé un departamento con tv cable y llevé un TDK con lentos como “A Whiter Shade of Pale”, excelente tema de Procol Harum. Vimos el partido abrazados en la cama matrimonial y luego en un viejo grabador comenzaron a desfilar uno a uno los temas que elegí para ese momento, por ejemplo “Je T’aime”, esa epifanía sexual grabada por Serge Gainsbourg y Jane Birkin, que ella aprovechó para ensayar un strip tease delante del tv que me devolvía sus contornos en un perfecto contraluz.
Las horas pasaron y sin darme cuenta se hizo de día, ella dormía, el casete sonaba... Esa imagen y los sonidos hicieron que me inunde una enorme satisfacción, y con la tranquilidad que da la tarea cumplida, reflexioné: soy el hombre más afortunado del mundo, más que Batistuta, él hizo un gol… yo hice tres.